Hay algo tristemente desgarrador en compartir tu vida con alguien que, en el fondo, no se siente digno de ser amado. Al principio, podría parecer un acto de nobleza intentar convencerles de lo contrario, querer demostrarles que el amor no requiere de méritos o justificaciones, sino que simplemente se da, se construye, se disfruta. Sin embargo, cuando esa persona se ve constantemente envuelta en la sombra de la duda, el amor se convierte en una batalla que, tarde o temprano, consume a ambos.
Estar al lado de alguien que no se cree merecedor del amor es como intentar llenar un pozo sin fondo. No importa cuánto des, cuánto te esfuerces en demostrar que los quieres por quienes son, porque ellos siempre encontrarán una razón para sentirse insuficientes, para temer que en algún momento te darás cuenta de “su verdad”. Esta falta de merecimiento no solo impacta en ellos, sino que también socava a quien intenta amar. Uno se desgasta tratando de salvar a quien no desea ser salvado.
Con el tiempo, este tipo de relación deja una huella en el autoestima de quien intenta sostener la situación. Porque llega un punto en el que las dudas de la otra persona comienzan a infiltrarse en ti. Empiezas a cuestionarte si realmente puedes hacerles feliz, si hay algo en ti que no logra darles lo que necesitan, y sin darte cuenta, te sumerges en un ciclo en el que el amor se vuelve una carga en lugar de una fuente de crecimiento y paz.
El problema es que, al final, no puedes darle a alguien lo que él mismo no se permite recibir. No puedes obligar a nadie a quererse, ni a verse con los ojos de la compasión que tú les ofreces. Aceptar el amor implica tener la valentía de reconocerse vulnerable, imperfecto y, aun así, merecedor de ser querido. Y eso es una decisión que debe nacer de dentro, no puede ser forzada desde afuera.
Es doloroso, sí, porque siempre queda la sensación de que podrías haber hecho algo más, de que quizás con más paciencia o con más entrega lograrías cambiar su percepción. Pero hay que entender que no se puede construir un amor sano cuando una de las partes no se siente digna de él. Al final, la mejor manera de amar a alguien así es darles el espacio y el tiempo para que enfrenten sus propios demonios. Y aunque duela, a veces eso implica alejarse.
No es fácil tomar la decisión de soltar, de aceptar que no somos la solución para los problemas internos de otra persona. Pero comprender esto es un acto de amor propio y de respeto hacia el otro. Porque, al final, todos merecemos un amor que nos edifique, que sea compartido desde un lugar de paz y confianza, y no desde la constante necesidad de validar a quien no cree en sí mismo.
¿Y el precio? Es alto, porque supone dejar ir la ilusión de que el amor todo lo puede. Pero, al mismo tiempo, es un paso necesario para recordarnos que el amor, para ser verdadero, debe primero empezar por uno mismo.
«Si no te amas a ti mismo, siempre buscarás a alguien que no te ame tampoco.”. Charles Bukowski
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