Hay pocas cosas que desmoronen tanto el alma como ver cómo el agua, ese recurso que siempre hemos entendido como fuente de vida, se transforma en un implacable agente de destrucción. Las recientes inundaciones en Valencia son un claro ejemplo de cómo, en cuestión de horas, el hogar, el barrio y los espacios que nos brindan seguridad pueden quedar sumergidos, arrastrados por una fuerza que nadie parece poder frenar.
Este tipo de catástrofes naturales nos coloca en una posición de extrema vulnerabilidad. De repente, lo que hasta ayer era rutina, hoy es incertidumbre. Las imágenes de coches flotando por las calles, viviendas anegadas y familias desplazadas no solo muestran un daño material; evidencian una herida emocional que tarda mucho más en sanar que los escombros y el lodo. Porque, cuando el agua se retira, lo que queda es un trauma invisible, un miedo latente que impregna a cada persona afectada, a cada ciudadano que ha sido testigo de la tragedia.
En momentos así, la gestión del estrés no es solo importante, sino fundamental. Muchas veces pensamos que el estrés es algo pasajero, una reacción que desaparecerá cuando la situación mejore. Sin embargo, cuando vivimos una experiencia traumática, el estrés se convierte en una sombra, en una constante que afecta nuestra salud mental y física. Si no le prestamos atención, esa sombra se alarga, y con ella los recuerdos y los temores asociados a lo vivido.
La clave está en permitirnos sentir, pero también en aprender a reconstruir nuestro equilibrio. Hablar de lo ocurrido, buscar apoyo en las personas cercanas y en profesionales cuando sea necesario, y darnos el tiempo de procesar lo que sentimos. Evitar el silencio es vital, porque el silencio solo acrecienta las sombras. Las catástrofes son inevitables, pero no tienen por qué definirnos. No podemos evitar el agua, pero sí podemos decidir qué hacemos con los restos que deja a su paso.
Al final, estos momentos difíciles nos recuerdan que somos frágiles, sí, pero también resilientes. Valencia se levantará de esta inundación, como lo ha hecho antes, y con ella todos aquellos que han visto su vida transformada en medio del agua y el barro. Porque la verdadera fortaleza no está en evitar la tormenta, sino en encontrar la paz después de ella, reconstruyendo no solo nuestras calles, sino también nuestro espíritu.
«Si estás atravesando un infierno, sigue adelante.» – Winston Churchill
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